De pronto, el velo del embellecimiento de la realidad se ha vuelto ubicuo y simultáneo. Surgió de las metrópolis (Nueva York, Londres, París, Tokio, Madrid, Roma, Shanghái) que fueron receptivas a la sinergia emergente de la moda, el espectáculo, la publicidad, el deporte, el diseño y el arte, y sirvieron de plataforma al modelo del cosmopolitismo del consumo, en el que cada persona puede realizar el ideal que propugnó Joseph Beuys en 1972: cada hombre, un artista.
Las generaciones, ahora protagónicas en el mundo, que nacieron en la década de los setenta del siglo XX o después, han encontrado su destino manifiesto en tal dogma que convoca a la estetización integral de la vida cotidiana a través de políticas creativas al alcance de cualquiera: fotografía, video, artes plásticas, intervenciones, perfomances, etcétera. El arte contemporáneo está en todos lados. En las manifestaciones y discursos políticos, en los contenidos de los medios de comunicación, en las revistas no especializadas, en las series de televisión, en los cursos para legos y expertos y hasta en los asuntos militares: el ejército estadounidense acaba de aceptar en sus filas a los transexuales (emblema de la modificación de características sexuales externas en gente que no se identifica con su género de origen).
El arte contemporáneo es ahora una actividad cotidiana y una palabra que se pronuncia casi en cualquier conversación. No es gratuito que las ciudades intenten impulsar a los artistas a través de galerías, museos y espacios públicos. Tampoco lo es que cada vez haya más ferias, festivales, recorridos artísticos y que, incluso, las formas de cultura tradicionales como las que están vinculadas a los libros y la lectura, busquen ahora resignificar el ámbito de la letra y reconvertirlo en una práctica performática mediante escenificaciones cómico-musicales o conceptuales.
No sólo ha triunfado el voluntarismo del aficionado que una mañana se despierta con ganas de ser artista o escritor o fotógrafo, sino que ha entrado en declive el sentido del límite disciplinario que antes se imponía (estudios, formación, experiencia, conocimiento). El arte contemporáneo ha creado nuevas disposiciones para realizar aquel dogma que se reitera como un mandato inherente a la era ultracontemporánea, la cual refiere al espacio/tiempo de la globalización (simultáneo, ubicuo, sistémico y productivo), e incluye el tiempo histórico-local y la noción de “tiempo real” de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, factor clave en Internet, así como la tendencia al uso de la lengua inglesa como lengua franca en todo el mundo. El aplanamiento integral sin fronteras ni límites en lo civil y lo militar.
Antídoto contra el exceso de realidad en un momento histórico de transformación y complejidad como nunca antes se había visto, el esteticismo masificado invita la escultura de sí, al exhibicionismo, a la práctica de la «bella individualidad» en la inmensidad del mundo en tanto supermercado. En tal vértigo, que usufructúa y absorbe el cuerpo de las personas y lo deshumaniza, las decisiones en torno a los placeres se incorporan también como un giro estético y egocéntrico: la toxicomanía, la sexualidad, el tatuaje, el piercing, las cirugías cosméticas y la totalidad de los gestos dirigidos a hacer de cada quien un artista (selfies incluidas) mediante la moda, el uso de la bicicleta urbana, la desnudez, la gastronomía, los nutrientes orgánicos o la «corrección política» en habla y conductas que dictan las metrópolis.
Entre la amnesia y el celo anestésico, ha crecido esta urgencia de supravalorar el arte contemporáneo al grado de que se ha vuelto indistinguible aquello que tiene atributos que vinculan la tradición con lo nuevo, respecto de lo nuevo autorreferencial que carece de distingos auténticos más allá del deseo de tenerlos, del enunciado que aspira por ellos y que puede ejemplificarse en esta frase: «esta novela es una obra de arte». O bien: «Yo no soy sólo un escritor, soy a la vez un artista conceptual».
A la luz de lo anterior, resulta ilustrativo revisar las consideraciones de un teórico metropolitano como Boris Groys, que se formó bajo las directrices del comunismo totalitario en la Unión Soviética y ahora reside en la ultracapitalista Alemania. Este filósofo distingue el tránsito del siglo XX al XXI como la fase en la que se experimenta la producción artística masiva. Se trata de lo que estudiaron, cuatro décadas atrás, Marshall McLuhan y Alvin Toffler: con la potencia de la tecnología, el consumidor se convertiría poco a poco en productor (prosumer). El surgimiento de nuevos medios técnicos para producir y distribuir imágenes hizo posible tal cambio, que trajo consigo nuevas reglas para entender y definir el arte contemporáneo. Se estima que para 2020 el video contribuirá con más del 80 % del volumen de tráfico en los paquetes de servicios de datos.
Al generalizarse la producción serial que desplaza la originalidad de lo producido, se presenta la cadaverización del arte, el estatuto glacial de las nuevas tecnologías y sistemas, que absorben lo vital, lo fragmentan y lo reutilizan. Por ejemplo, el acto de copy & paste (copiar y pegar) es el más recurrente entre los internautas. El trabajo material frente al reto creativo se transforma en algo inmaterial, y el creador emergente accede al portador de ideas y conceptos disponibles a través de sistemas, dispositivos y aplicaciones proliferantes, que aniquilan desde luego el principio autoral de antaño y rearticulan los recursos previos (tradición, memoria, archivo).
«La economía de Internet», escribe Groys, «exhibe esta economía del arte post-Duchamp incluso para un espectador externo. Internet es, de hecho, no más que una red telefónica modificada, un medio de transporte de señales eléctricas. Si no se establecen ciertas líneas de comunicación, si no se producen ciertos dispositivos, si no se instala y se paga por cierto acceso, entonces simplemente no hay Internet ni espacio virtual»[1]. La dependencia integral que señala Groys connota una paradoja: Internet ofrece una combinación de hardware capitalista y software comunista.
Los cientos de millones de internautas que cuelgan sus contenidos en la red carecen de compensación alguna no sólo por las ideas generadas, sino también por el trabajo manual de operar un teclado o un dispositivo que les sirve de herramienta.Al contrario, ellos pagan por hacerlo al contratar los servicios de acceso, de uso, de energía, etcétera. Añade Groys: «y las ganancias son apropiadas por las corporaciones que controlan los medios materiales de producción virtual»[2], que comenta a su vez que Internet prolonga y completa el proceso de proletarización del trabajo que comenzó en el siglo XX a partir de los usos del cuerpo del trabajador, antes sujeto al panóptico y ahora al modelo de control y vigilancia absolutos en la ultracontemporaneidad.
¿Cuál sería la consecuencia de este fenómeno de estetización totalitaria y expoliadora?Groys apunta que hoy en día el artista productor-consumidor comparte sus creaciones con el público al igual que alguna vez compartió con él la religión o la política, y concluye: «ser un artista ha dejado de ser un destino exclusivo, y en cambio se ha vuelto una característica de la sociedad como totalidad, en su nivel más íntimo, cotidiano y corporal»[3]. La esfera obligatoria del arte contemporáneo sería otro aspecto más de la biopolítica actual. En otras palabras, de gobierno, control y moldeo de subjetividad de las personas desde su propio cuerpo a través de los dispositivos. Cada prosumer, al conectarse con redes y sistemas, adviene al pie de la letra una unidad o cifra inserta en éstos. Se da el encierro del algoritmo.
Hay que añadir: los códigos del arte contemporáneo pretenden imponer la estrategia de fusión integradora de las expresiones de la cultura y la personalidad de por medio, y su fuerza se vincula con tres procesos acelerados: mayor individualismo materialista, secularización urgente y un impulso anarquizante que se identifica con el embellecimiento de lo negativo o el efecto destructor de lo heredado, llámense creencias, usos, costumbres, valores, prestigios, iconos, representaciones, imágenes, símbolos. La estetización integral del mundo innova desde la iconoclasia y la recomposición a partir de la exaltación del presente.
En síntesis, el arte contemporáneo tiene dos etapas: la primera va desde que Marcel Duchamp propone su primer ready-made en 1913 (Rueda de bicicleta) hasta el anuncio en 1991 de Internet (World Wide Web); la segunda transcurre del despunte de Internet en 1991 a la actualidad. Si en la primera etapa el vínculo adversativo entre la tradición y lo nuevo ofreció la mayor parte de los contenidos y procesos del arte, durante la segunda la autoreferencialidad y el desgaste por reiteración tenderán a ocupar el campo creativo, lo cual afecta asimismo la distribución y el ámbito receptor: los públicos que, cada vez más, buscan contenidos explícitos que afecten sensibilidades condicionadas o saturadas.
La importancia del arte contemporáneo en México podría ubicarse como una respuesta compensatoria ante las asimetrías que contempla el país. El aserto anterior tiene fundamentos empíricos. De acuerdo con una encuesta de 2015 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos sobre calidad de vida, en México el ingreso familiar promedio per cápita es menor que el del promedio de la OCDE, se tiene una de las menores esperanzas de vida (74.8 años) de laOCDE, se cuenta con escaso apoyo social de tipo público (76.7% de los mexicanos dicen tener amigos o familiares en quienes confiar cuando lo requieren), se registra un bajo desempeño en materia de seguridad, se da una mínima capacidad de emprendimiento productivo y, a pesar de todo, los mexicanos expresan una satisfacción ante la vida similar al promedio de la OCDE. Dicho de otro modo, su bienestar es por completo subjetivo, aspiracional. Los mexicanos: artistas contemporáneos sobre el alambre de la ilusión.
Fuene:
https://www.galeriavalmar.com/el-arte-contemporaneo-omnipresente/ Artículo:Sergio González Rodríguez es periodista, ensayista y narrador. Entre sus libros más recientes se encuentran Campos de guerra (2014) y Los 43 de Iguala (2015). Recibió el Premio Casa América y el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez.
https://www.galeriavalmar.com/el-arte-contemporaneo-omnipresente/ Artículo:Sergio González Rodríguez es periodista, ensayista y narrador. Entre sus libros más recientes se encuentran Campos de guerra (2014) y Los 43 de Iguala (2015). Recibió el Premio Casa América y el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez.
«Los memes»: El nuevo arte conceptual del pueblo
PUBLICADO POR: CINE Y LITERATURA 20 MARZO, 2019
Según el filósofo francés Gilles Deleuze el arte es un acto de resistencia contra la muerte, un hecho defensivo que tiene por objeto hacer trascender la vida del pensamiento, el quehacer del ser humano, plasmarlo en el tiempo y en el espacio. Entonces, en el caso de los memes, su momento existencial sería el instante actual y su geografía fundamental correspondería a la web cibernética.
¿Son los memes una nueva forma de expresión artística?, ¿en serio?
Aparecen a cada rato en nuestro teléfono, llueven cada vez que un político comete un error, basta un solo partido de fútbol para generar varias decenas de ellos, se adaptan a cualquier situación, hay para todos los gustos y puestos en el momento preciso pueden darnos justo, pero justo en el cora. Vivimos rodeados de memes, gifs y stickers y no, ya no hay forma de detener esta avalancha.
Son divertidos y todo lo que quieras, pero ¿considerarlos arte?, ¿“arte” así como quien habla de Van Gogh?
Cuando se habla de arte, la gente automáticamente se imagina la Monalisa, basta decir la palabra “arte” para que en menos de un segundo tengas la cúpula de la Capilla Sixtina instalada en la mente.
La gente piensa que el arte es algo profundo, premeditado y complejo, que debe tener un respaldo físico como una tela y un marco. Además el autor de la obra debe ser reconocido, debe poseer mérito social, tener un discurso sólido y evidentemente un manejo de la técnica artística. Es casi indiscutible que Leonardo o Miguel Ángel fueron artistas y que sus obras son eso: “arte” que vive en los museos más espectaculares del planeta. Pero realmente ¿qué define al arte como tal?, ¿quién es el encargado de decirme si los dibujitos que hacía cuando tenía 5 años en kínder son arte?, si un día se me ocurre que soy artista y chorreo un cartón recogido de la basura con vino, ¿quién podría evaluarlo y ponerle un precio?
Por suerte la respuesta es: absolutamente nadie.
El arte es un medio de expresión humana que generalmente cambia de acuerdo a las vanguardias artísticas o de acuerdo a la cultura a la que pertenece el artista. Pero todos nos hemos preguntado alguna vez: ¿qué es arte y qué no es arte?, ¿cómo se puede definir eso?
El arte no es nada más (y nada menos) que la expresión del ser humano a través de la historia utilizando un soporte cualquiera (y cuando digo cualquiera me refiero literalmente a cualquier soporte) como una piedra que fue pintada con carbón hace 50 mil años por quién sabe quién, un mármol de carrara esculpido en el Renacimiento, una tela de lino pintada con óleo por Vermeer, y sí… tu pinturita de kínder también lo es.
Y aquí es donde van a saltar los intelectualoides quienes dicen que para que el arte sea arte realmente, necesita ser apreciado como tal por los espectadores, que debe ser expuesto, que además el autor debe tener una intención artística, que para saber si estamos ante un acto artístico o no deberíamos saber qué nos quiere decir el autor de la obra y qué medios ha utilizado para hacernos llegar ese mensaje. Luego de ese discurso trillado, van a salir con preguntas existenciales como: “Si cae un árbol en un bosque y nadie nunca lo ve ni lo escucha caer, ¿cayó el árbol realmente?”, y con eso sustentan la tesis de que el arte no es arte si nunca ha sido visto por nadie.
Si uno toma un libro de historia del arte (y lo lee), se dará cuenta de que las líneas de Nazca se consideran arte. El arte rupestre, pintado en rocas y cavernas hace miles de años (sí, esas manitos puestas en las paredes de las cuevas) ¡son consideradas arte! y honestamente nadie tiene idea si los habitantes de Nazca hicieron sus obras pensando en si era “arte” o un llamado de atención para los extraterrestres, o si los primeros hombres pintaron las cavernas porque lo encontraban “artístico”. Así que el artista, en realidad, no tiene por qué saber que es un artista. El arte es un acto natural de expresión del ser humano.
Hoy, después de que le han dado como bombo en fiesta al arte conceptual en los museos, donde existen artistas que utilizan hasta desechos de la basura para crear sus instalaciones y un sinfín de novedades, sabemos que es un poco anticuado pensar que la obra de arte debe ser necesariamente un objeto precioso, lleno de óleo carísimo, telas de lino o una enorme construcción de mármol.
El arte siempre se ha moldeado a la época en la que vive el artista. Hace miles de años había piedras, tinturas y carbón, por eso las obras más antiguas están hechas con esa materialidad. Luego, en el renacimiento, había óleos, telas, mármol y maderas que fueron utilizadas como el medio de expresión de los artistas de la época.
Luego mucho tiempo después apareció un viejo loco desafiando a medio mundo con su urinario, una obra de arte que es literalmente un wáter firmado por él mismo como si fuese una pintura y que hoy, después de mucho alboroto se expone en los museos de arte contemporáneo más famosos del mundo, porque ¿quién puede venir a decirme a mí que no me puedo expresar a través de un wáter?, y resulta que el viejo loco tenía razón, se llamaba Duchamp.
El asunto es que el día de hoy tenemos un nuevo medio, el medio es Internet, y no se parece en nada al carbón o al mármol, pero es un medio que finalmente cumple la misma ¡exactamente la misma función que los materiales antiguos! Este nuevo medio es cualquier aplicación del celular o del computador que te permita describir y expresar tus emociones a través de una imagen, es cualquier aplicación que te deje ponerle un par de letras a una foto (o lo que se te ocurra) y decir lo que quieres decir, que después de todo, es el objetivo final de un artista, el fin de los artistas de todas las épocas ha sido siempre el mismo: decir.
Según el filósofo francés Gilles Deleuze: “El arte es un acto de resistencia… un acto de resistencia contra la muerte” (Diccionario filosófico), un acto de resistencia que tiene por objetivo hacer trascender la vida del pensamiento, del hacer del ser humano, plasmarlo en el tiempo y el espacio. Entonces, en el caso de los memes, el tiempo es el tiempo actual y el espacio es el espacio cibernético.
Los memes, los gifs y los stickers cumplen con absolutamente todos los requisitos para dejar de ser considerados simplemente basura cibernética y elevarlos al pedestal, al “Olimpo” de las obras de “arte” vanguardistas, solo que con algunas pequeñas pero enormes diferencias con las vanguardias anteriores, que los hacen ser aún más interesantes, así que analicémoslos.
Los memes representan las emociones colectivas de la gente. Para crear el meme generalmente se utiliza un personaje real o ficticio que es reconocido y acogido por la gran mayoría.
Entonces los creadores de memes toman una imagen de la web o de donde sea, la editan en algún programa digital y luego le otorgan un significado nuevo a esa imagen, que tiene que ver con la mirada del artista creador del meme y con la buena recibida del público. Lo que lo convierte en el arte más popular y de fácil acceso que haya existido jamás. El artista creador del meme generalmente tiene una mirada crítica, el meme no sale de la nada, es muy común ver memes asociados a la filosofía como el famoso “filosoraptor” un dibujo de dinosaurio que se hace preguntas existenciales como: “¿si me robo la señal de Wifi de la Iglesia, estoy recibiendo la señal de Dios? También los memes se utilizan mucho para generar crítica hacia la política, a la religión, manifestar problemáticas sociales y culturales y visibilizar un sinfín de asuntos que suelen ser más profundos de lo que creemos.
El meme es definitivamente un producto artístico, posee un autor y una intención muy importante detrás. Es un nuevo lenguaje visual, tan vanguardista que aún no se lo reconoce como tal, pero esto es normal: cuando apareció el cine no fue considerado como un arte de manera inmediata, lo mismo ocurrió cuando apareció la fotografía, pasó mucho tiempo para que abrieran la primera exposición como si la foto fuera un producto artístico. Así que es solo es cuestión de tiempo para que los memes salten al estrellato del arte colectivo.
Existen genios detrás de muchas de las creaciones y logran hacer que estos productos sean tan, pero tan virales y reproducidos en la red que las agencias están contratando artistas para que inventen nuevos memes para lograr hacer famosa a una persona o a una marca.
Esta nueva forma de arte es la más más cercana a la juventud que haya existido. Es arte sin saberlo, es arte sin la necesidad de serlo. Simplemente lo es. Tiene la cualidad de decir mucho con muy poco. Incluso menos que un cómic, ya que, puesto en el contexto adecuado, un meme no necesita utilizar palabras para expresar la idea. Los autores son desconocidos, viven en el anonimato y no buscan ningún tipo de compensación económica por utilizarlos, por lo tanto, los memes pasan a ser propiedad de todos. No llevan firma y en caso de que la lleven, esta es rápidamente eliminada por los nuevos usuarios del meme en cuestión. Es un arte rebelde, libre, gratuito, transformable y… masivo.
Hoy Internet se ha convertido en un museo, un enorme museo donde se exponen las obras, pero como no es físico, aún no es admitido como lo que realmente es: una vitrina del arte actual, arte que viene fresco, nuevo de paquete, gratis y en cantidades infinitas y esto es sumamente importante, porque el arte siempre se ha considerado un recurso de la élite. Tener acceso al arte es caro y difícil y por primera vez en la historia ¡somos dueños del arte!, o al menos de una de sus nuevas vanguardias: los memes.
Fuente: https://www.cineyliteratura.cl/los-memes-el-nuevo-arte-conceptual-del-pueblo/
Laura Julia CALI
ResponderBorrarclaudia salgado
ResponderBorrar